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El poder de Cristo en la Cruz


Los colonos portugueses construyeron una catedral magnífica sobre un cerro que dominaba la vista de todo el panorama de la Bahía de Macao. Pero un tifón, probando ser más fuerte que la obra de las manos del hombre hizo desplomarse a la imponente catedral que quedó en ruinas con excepción de la fachada. Coronando la fachada se quedó también una cruz de bronce muy grande. Cuando el señor Juan Bowring visitó el sitio en el año 1825 quedó muy impresionado por lo que aquellas ruinas inspiraron en su corazón, y escribió las palabras del himno que comienza: “Es la Cruz de Cristo mi Gloria ... " Millones de personas todavía cantan este himno que pagó tributo a lo que simboliza la Cruz de Jesucristo. Después del transcurso de los siglos, el cuadro del Calvario permanece, y en él los creyentes se glorían.

Cuando el apóstol Pablo visitó aquel grande centro del intelectualismo, la ciudad de Corino, él dijo: No me propuse saber algo entre vosotros, sino a Jesucristo y a éste crucificado" (1 Corintios 2:2). Cuando alguien preguntó a Pablo cuál mensaje traía, sin vacilar él contestó en efecto: "Predico a Cristo, y a éste crucificado."

Para la gente de Corinto la predicación de la Cruz era locura, pero Pablo dijo: Lo loco de Dios es más sabio que los hombres; y lo flaco de Dios es más fuerte que los hombres (1 Corintios 1:25). En aquel gran centro de la intelectualidad el sacrificio de Cristo en la Cruz era piedra de tropiezo para los judíos, y para los gentiles era pura locura. El ciudadano corintio no regenerado, demandaba un sistema de filosofía; pero nosotros que hemos experimentado el nuevo nacimiento podemos repetir, como dijo Pablo, que sabemos que es la potencia de Dios y la sabiduría de Dios. Los ojos de nuestro entendimiento han sido abiertos para comprender aquella filosofía superior que tiene su centro en la persona de Jesucristo.

Para millones de personas que perecen en sus pecados, el evangelio de Cristo, y él crucificado son todavía locura. Pocas personas reconocen que la respuesta a sus problemas se encuentra a los pies de Cristo.

Cuando estamos a los pies de Cristo y miramos a un mundo confuso y frustrado, Dios hace la pregunta: ''¿Dónde está el filósofo? ¿Dónde está el erudito? ¿Dónde está el polemista de esta época? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo?" (1 Corintios 1:20). Cuando el mundo, no obstante toda su humana sabiduría, fracasó en su esfuerzo para percibir, reconocer y explicar a Dios por medio de la filosofía, Dios, en su sabiduría, optó salvar a todo aquel que creyere por la locura de la predicación.

"Nosotros predicamos a Cristo crucificado" (1 Corintios 1:23). Este es el punto focal en relación al evangelio de Jesucristo. El evangelio nos muestra a Jesucristo colgado sobre una Cruz, una víctima sangrienta, la sangre fluyendo de sus venas. Pero el mensaje de la sangre derramada es repugnante para muchos, y ellos vuelven la espalda a la escena y sienten que sus delicadas sensibilidades han sido ultrajadas. Hay miles de personas que están dispuestas a aceptar el carácter de Cristo, pero rechazan su crucifixión.

Al contemplar el sacrificio en la Cruz, notamos varias cosas:

Primero: Aquí tenemos la más clara evidencia de la culpabilidad del mundo. En la crucifixión de Cristo el pecado llegó a su clímax. Una exhibición de los más terribles aspectos del pecado se verificó en la Cruz. Nunca ha parecido más negro, ni más feo, que en la Cruz. Allí vemos la corrupción del corazón humano expuesta plenamente. Dice la Escritura: "Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso ... " (Jeremías 17:9).

Muchas personas han afirmado que el hombre ha mejorado moralmente a través de los siglos, y que si Jesucristo volviera hoy no sería crucificado sino que recibiría una recepción grande y gloriosa.

Jesucristo se acerca a nosotros todos los días: en la forma de Biblias que no leemos, en la forma de iglesias a cuyas reuniones no asistimos, en la forma de necesidades humanas que pasamos por alto. Estoy convencido de que si Cristo volviera hoy, él sería crucificado aún más rápidamente de que lo fue hace dos mil años. El pecado nunca se mejora; como un cáncer, se empeora.

Hoy día el Salvador recibiría la misma acogida, el mismo trato, que recibió hace mil novecientos años. Él nunca cometió un pecado; antes gastaba su vida entera haciendo bienes. No obstante en el tribunal de Pilato se oyó el grito: "Crucifícale, crucifícale." El pueblo había presenciado sus milagros, había escuchado sus palabras de gracia, había visto cómo él remedió el sufrimiento humano. ¿Por qué entonces este grito? ¿Por qué este espíritu asesino?

La respuesta se encuentra en lo muy profundo del corazón humano. La naturaleza humana no ha cambiado, y al ponernos delante de lo que la cruz nos recuerda y mirar aquella escena del Calvario, podemos ver la evidencia clara de que el hombre es básicamente perverso, y escuchamos el veredicto tronador de Dios mismo cuando exclama: "Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios" (Romanos 3:23).

En segundo lugar: En la crucifixión encontramos la evidencia irrefutable de que Dios odia el pecado. Dios ha afirmado una y otra vez que el alma que pecare morirá. Él ha afirmado que "la paga del pecado es muerte".

Para obtener una comprensión clara de la actitud de Dios hacia el pecado solamente tenemos que considerar el propósito de la muerte de Cristo. La Biblia, dice: "Sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Hebreos 9:22). Aquí tenemos una afirmación positiva de que no puede haber perdón del pecado a menos que nuestra deuda sea cancelada antes.

Dios no tolera el pecado; él lo condena y demanda castigo por ello. Dios no se hace de la vista gorda al pecado. El carácter santo y justo de Dios demanda para el pecado la penalidad de la muerte. En el día de hoy hay la inclinación, por parte de muchos hombres, de considerar que esta actitud de Dios hacia el pecado es demasiado severa. Por lo tanto vemos a algunos tratando de fabricar otro evangelio. Si consideramos que el pecado es una cosa ligera entonces nuestro entendimiento de la naturaleza del pecado está oscurecido. Podemos afirmar que el pecado no es tan malo, pero Dios dice que sí es muy malo, es una ofensa tan grave que para ella él demanda la pena de muerte.

Hay otras personas que atribuyen el pecado a causas psicológicas. Muchos dicen que los hombres no son responsables, por lo que hacen, pero Dios dice que sí son responsables. Al mirar a la cruz vemos que Dios empleaba medidas fuertes para tratar con el pecado. La Biblia dice: "Al que no conoció pecado, hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él" (2 Corintios 5:21). Si Dios envió a su Hijo unigénito a la cruz para pagar el precio de nuestro rescate del pecado, entonces el pecado debe ser una cosa sumamente terrible y fea a los ojos de Dios.

En tercer lugar: Al contemplar la agonía de Cristo en la cruz vemos una exhibición gloriosa del amor de Dios. Para convencemos de la culpabilidad del hombre miramos a la cruz, y para comprender algo del inmenso amor de Dios para con los pobres y necesitados pecadores miramos también a la cruz.

Estudiamos las maravillas de la naturaleza y notamos las provisiones y planes que Dios ha hecho para la felicidad del hombre y descubrimos una revelación del amor de Dios. Lo mismo puede decirse de las providencias cotidianas de Dios, pues nos bendice en toda circunstancia. Pero por útiles que nos sean estas cosas para revelamos el amor divino, nada es comparable al sacrificio del Calvario. "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3: 16).

Pablo escribe a los cristianos de Roma: "Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros." (Romanos 5 :6-8).

Una atractiva señora, prominente en la vida social, nos visitó a mi esposa y a mí. Ella se había convertido durante una campaña evangelística en nuestro estado. La transformación obrada en ella por el Espíritu la dejó absolutamente radiante. Ya había aprendido de memoria centenas de citas bíblicas y estaba tan posesionada por el Espíritu de Cristo que durante dos horas estuvimos encantados escuchando el testimonio de ella. Una y otra vez dijo: "No entiendo cómo Dios me pudo perdonar. He sido una vil pecadora. No puedo comprender el amor de Dios."

Ninguno de nosotros jamás podrá comprender "Cual sea la anchura y la longitud y la profundidad" del amor de Dios.

En cuarto lugar: Cristo, satisfaciendo la justicia de Dios en la Cruz, nos muestra el camino a la victoria. Todos nosotros en algún tiempo hemos experimentado la derrota por la influencia de Satanás. Hemos sido esclavos del pecado y dominados por el poder del diablo. Cristo en la Cruz es el acto por el cual Dios nos libra de la penalidad de nuestros pecados y de las manos de Satanás.

Dios nos da a entender que él hizo frente a nuestra naturaleza carnal en lo que aconteció en la Cruz, de modo, que los que hemos puesto nuestra fe en Cristo. podemos proclamar que esta naturaleza ya no tiene dominio sobre nosotros. Nuestro viejo hombre o sea nuestra naturaleza carnal, fue crucificada con él y ya no tenemos que servir al pecado. La Escritura promete que el pecado ya no tendrá dominio sobre nosotros. Cristo puede efectuar una separación entre el creyente y la carne.

Un hombre que me escribió desde Nueva York dijo: "Hace dos años tenía yo un hábito muy malo. Los médicos y los psiquiatras me dijeron que nunca podría vencerlo. Gasté una fortuna tratando de recibir una curación. Por fin, desesperado, decidí suicidarme. Una noche un amigo me llevó consigo al coliseo de Madison Square Garden. Cuando usted predicó acerca del amor de Dios y su disposición para perdonar el pecado, y relató cómo él podría dar al hombre una victoria completa y gloriosa, para mí era increíble. Fui a mi casa y por primera vez en mi vida me puse de rodillas y comencé a orar. El sábado siguiente en la noche sintonicé mi televisión y escuché el culto otra vez. En esa noche cuando usted preguntó cuántas personas estaban dispuestas a entregar su vida a Jesucristo, yo incliné mi cabeza y las lágrimas mojaban mis mejillas. Ahora durante un año y medio Dios me ha dado una victoria gloriosa."

Miles de personas que profesan ser cristianas luchan con la tentación y el pecado. Están confrontando muchos problemas: los celos, el orgullo, la murmuración, la glotonería, el sexo y los apetitos carnales que Satanás usa para dominar al hombre. Sin embargo, en Cristo hay poder para vencer a estas tentaciones y estos pecados. Yo he probado para mi propia satisfacción, en mil campos de batalla, hablando espiritualmente, que Dios por medio del sacrificio de su Hijo puede dar a mi alma la victoria, y hasta podemos decir con Pablo: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. " (Gálatas 2:20)

En quinto lugar: Al ponemos a los pies de Cristo muriendo y amándonos desde aquella Cruz, descubrimos allí la base sobre la cual establecer la hermandad verdadera. Se oye decir mucho hoy día acerca de la paternidad universal de Dios y la hermandad universal del hombre. La mayoría de las apelaciones que oímos en pro de la paz se basan en la idea de la hermandad. Hay un sentido en el cual Dios es el Padre de todos nosotros, es decir por ser Creador de todos. Sin embargo, nada en las Escrituras indica que la raza es una sola familia y que Dios es el Padre espiritual de todos los hombres. Parece que el mundo está cegado a esta verdad: que la paternidad de Dios se limita a una fe personal en él. Solamente cuando recibimos a Jesucristo como nuestro Salvador personal nacemos otra vez y entramos en la familia de Dios.

Cuando hablan de asuntos políticos, el grito constante es: “Un solo mundo.” Cuando tratan de la religión, el grito es: “Una iglesia.” Ambas cosas se basan en la idea de una hermandad. Sin embargo, la Biblia dice que Dios mira a los hombres como de dos clases: Él ve a los creyentes y a los incrédulos, a los que están preparados para ir al cielo y a los que van al infierno. Dios solamente es Padre de los que le obedecen confiando en él.

Jesús afirmó esto claramente en Juan 8:44, cuando dijo: "Vosotros de vuestro padre el diablo sois"; en efecto, dijo que muchos no tienen derecho de llamar a Dios Padre. Sin embargo, la Biblia dice que hay una gloriosa hermandad y paternidad al pie de la Cruz. " Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, " (Efesios 2:14, 15).

Lejos de la influencia de la obra de la Cruz hay amargura, intolerancia, sedición, regionalismo, mala voluntad, prejuicio, y odio. Dentro del círculo de la obra en la cruz hay amor y compañerismo, una vida nueva y una hermandad nueva. La única esperanza humana que tenemos para alcanzar la paz se halla en Cristo, quien murió en la Cruz, y a quien todos los hombres, de cualquier nacionalidad o raza, pueden llegar para ser verdaderamente hermanos.

Un intelectual norteamericano dijo recientemente. "Hay dos problemas que nunca serán resueltos; el problema de la raza y el problema de la guerra." Yo digo que sí se pueden resolver estos problemas, pero solamente en la fe en Cristo. Jesucristo no es solamente la base sobre la cual hallar la paz y la esperanza, sino también es nuestro medio para conseguir la vida y la salvación eterna. La muerte de Cristo en la Cruz tiene un propósito doble: proporcionar al hombre el perdón y además, una vida transformada a fin de que viva en compañerismo con Dios.

No es de sorprender que hace dos mil años Pablo dijera: "Nosotros predicamos a Cristo crucificado." Este es el mensaje que el mundo necesita hoy día. Este es el mensaje de la esperanza, la paz y la hermandad.

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- Tomado de la serie de mensajes "Jesucristo y la Cruz", predicados por el pastor Billy Graham. Séptima edición, 1983, Casa Bautista de Publicaciones.