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La Reforma Protestante (parte 1) Situación Religiosa en Europa Medieval



Los marcados contrastes culturales y religiosos de la Edad Media han hecho de esta época tema de apasionados estudios y debates. Si ha habido quien la ha llamado Edad Oscura, refiriéndose a los muchos factores negativos que indudablemente se pueden encontrar en ella, como son el analfabetismo y rudeza del pueblo, no han faltado los que han defendido con ardor los innumerables tesoros que en todos los terrenos podemos hallar en ella. Esta discrepancia se extiende también a la cuestión religiosa, y por ello, no debe extrañarnos que mientras unos apuntan a la Edad Media como época gloriosa del cristianismo, otros la consideran como punto negro de su historia.


Si nos fijamos atentamente en los doscientos años que precedieron a la Reforma del siglo XVI, observaremos que hay una serie de factores que parecen anunciar y preparar la llegada de este acontecimiento. Desde Bonifacio VIII hasta la ruptura de Martín Lutero con Roma (es decir, desde 1303 hasta 1517) la estructura religiosa europea se va modificando poco a poco, y es en esos cambios que hemos de hallar algunas de las causas que coadyuvaron a la ruptura de la unidad externa de la iglesia*.


*Se debe señalar que en ese entonces no existía la distinción de iglesias que conocemos el día de hoy. No existían lo que conocemos como iglesia católica romana, pentecostales, metodistas, presbiterianos, etc. Desde el tiempo de Constantino, la iglesia se entendía como una sola. Por ello el término "católico", que significa universal.


En primer lugar es del todo evidente que el poder temporal de los Papas inicia en ese periodo su descenso, con el consiguiente declive de la influencia política de Roma. En segundo término, es igualmente cierto, y posiblemente sea éste un factor principal, que en toda Europa se nota un gradual desprestigio y pérdida de autoridad de la iglesia. La obra de Lutero no se hubiera podido realizar, desde el punto de vista puramente humano, en tiempos de Inocencio III, pero fue completamente posible en tiempos de León X. La diferencia radica en la medida de autoridad que estos dos Papas tenían. Y en tercero y último lugar tenemos la culminación de esa pérdida de autoridad en el lamentable Cisma de Occidente (1378-1414), que fue una visible demostración de la debilidad interna de la iglesia.


El Cardenal Hergenröther, conocido como uno de los autores católicos más conservadores y tradicionalistas del siglo pasado, describe, en su Historia de la Iglesia, el problema de este modo: "Así como la residencia en Avignon, el aumento de las cargas eclesiásticas y reservaciones, el gran Cisma de Occidente y, por último, las faltas y yerros de algunos pontífices habían debilitado en gran manera el respeto a la Santa Sede, de la misma manera fue decreciendo el respeto hacia los demás representantes de la jerarquía... Muchos obispos, en particular, los alemanes, hacían vida de seglares, olvidaban sus deberes pastorales, infringían con frecuencia el deber de la residencia, eran dados al boato y al lucro, y a veces aun viciosos, y se continuaban cometiendo abusos en la provisión de cargos eclesiásticos"


Respecto a la vida del pueblo, el mismo autor nos dice: "Con la decadencia de la autoridad eclesiástica se había introducido de nuevo en el pueblo cristiano la antigua rudeza de costumbres que hacía sobremanera difícil dominar las pasiones, que a veces estallaban con irresistible violencia... En este periodo tomó gran incremento la superstición bajo sus diversas formas; así es que los astrólogos, agoreros y adivinos encontraban favorable acogida, lo mismo en los palacios de los grandes que en las chozas de los campesinos. Las cruzadas y los musulmanes españoles introdujeron en Europa el uso de amuletos y talismanes, así como la creencia en la virtud milagrosa de ciertas piedras preciosas, en la magia y la astrología, la alquimia y la nigromancia que los judíos y sarracenos cultivaban con el mismo entusiasmo que las más nobles ciencias. Hallábase muy generalizada la creencia de que los hombres pueden mantener tratos con espíritus malignos, por cuyo medio llegaban a realizar cosas extraordinarias y sobrenaturales; así se hablaba como la cosa más natural del mundo, de alianzas con el diablo, de alcahueterías hechas con los demonios, de brujas y hechiceros..."


Ahí tenemos el lado oscuro de la cuestión. Como es natural, existe también un lado brillante y positivo. En primer lugar, muchos fueron los Papas, sobre todo en la Alta Edad Media, que trataron de corregir las malas costumbres del clero, y entre ellos debe mencionarse a León IX y Gregorio VII, especialmente empeñados en la lucha contra la venta al mejor postor de toda clase de cargos eclesiásticos (la llamada simonía). Por otra parte, las cuatro órdenes mendincantes - franciscanos, dominicos, agustinos y benedictinos - contribuyeron no poco a mantener el orden y disciplina de la iglesia, cuando menos mientras duró su vitalidad espiritual.


En grandes sectores de la población se mantenía una fe viva en Jesucristo, a quien principalmente se tenía como Señor y Juez lleno de majestad y gloria. Es cierto que la idea de Jesucristo Salvador no estaba demasiado extendida, pero existía en el pueblo cristiano un verdadero deseo de conocer más íntimamente al Hijo de Dios. Aunque durante muchos siglos los fieles no participaron apenas en la vida de la iglesia, a medida que nos acercamos al siglo XVI se operan importantes cambios en la mentalidad humana, despertándose el espíritu individualista y crítico de los creyentes.


Trasladándonos por un momento a lo más profundo de la Edad Media, merece especial mención la vida y obra de Bernardo de Claraval, no sólo porque representa la primera sacudida de importancia en la reforma de la iglesia, sino porque sus principales rasgos nos recuerdan algo del gran reformador alemán Martín Lutero.


Bernardo de Claraval (1091-1153) fue el reformador de la orden del Cister. Sus severas medidas disciplinarias libraron a esta orden de una paralización total. Pero Bernardo de Claraval fue, sobre todo, el hombre que llevó al pueblo una visión más humana del Redentor, cuyos sufrimientos, amor y sacrificio describió con gran pasión y elocuencia. Para el doctísimo monje francés la gracia de Dios era el todo: "¿Qué salva? La gracia, ¿Qué es entonces el libre arbitrio? Es el objeto de la salvación." Siguiendo a San Agustín hizo ver que los méritos humanos no son procuradores de la salvación; y en su tratado De Consideratione dirigió un verdadero ataque a la cada vez más evidente monarquía absoluta de la Santa Sede. Por todo esto, y por ser un decidido defensor de la doctrina de la justificación por la fe, es del todo natural que coloquemos a este insigne varón entre los más antiguos precursores de la Reforma.


Extraído de

CERNI Ricardo, Historia del Protestantismo, El estandarte de la Verdad, Barcelona, 1992.

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