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¿Es relevante la Reforma Protestante?


¿Qué fue lo obtenido, esencialmente, con la Reforma Protestante?


El retorno de la Iglesia a sus orígenes, a la pureza y sencillez del Evangelio. Los dos puntos fundamentales defendidos por la Reforma: la “justificación por la fe” y el “sacerdocio universal de los creyentes” dieron un vuelco completo a una Iglesia decadente que se había estatalizado y jerarquizado hasta extremos insostenibles, privando a los creyentes de algo tan esencial en la vida cristiana como contacto y relación directa con su Salvador y Señor, sin la intermediación de la Iglesia; impidiéndoles incluso la lectura de la Biblia, y manipulando las conciencias con el mayor descaro. La Reforma fue un regreso al evangelio, a “la Palabra de Dios” como única norma: SOLA SCRIPTURA, SOLA GRATIA, SOLA FIDE. Curiosamente, el resultado fue doble. El principal, fue derribar toda barrera y abrir puerta a una nueva teología basada más en la Escritura que en la tradición, que con el tiempo ha evolucionado en las distintas denominaciones protestantes evangélicas que hoy existen. Pero también obligó a la Iglesia Católica Romana a reformarse y moderar muchos de sus principios, conceptos y prácticas.

En sentido inverso, es de lamentar hoy en día que se observan dentro del protestantismo evangélico algunos movimientos y actuaciones que a mí me disparan todas las alarmas: un creciente autoritarismo por parte de muchos pastores, manipulación de las conciencias, y un creciente derivar hacia posturas que se van acercando al catolicismo pre-Reforma. Es imprescindible que volvamos a nuestras raíces, que tomemos nueva conciencia de cuales fueron los errores que corrigió la Reforma y huyamos de ellos, no sólo de los de fondo, sino también de los de forma.

¿Por qué es importante que el cristiano(a) de estos tiempos conozca acerca de lo que se produjo en el siglo XVI?

En primero lugar, para afirmar nuestra identidad. Todo individuo o colectividad que pierde sus raíces va camino de perder su identidad. Como cristianos evangélicos, somos todos herederos de la Reforma del Siglo XVI – y con ello herederos de la iglesia antigua -. Esto es algo que debemos asumir y proclamar a los cuatro vientos, haciendo gala de nuestra identidad histórica consciente y responsablemente. Debemos conocer a fondo nuestras fuentes históricas y beber en ellas. Saber, históricamente, de donde vinimos, cuales son nuestros orígenes, y cuál ha sido la evolución de nuestros principios doctrinales.

Si no hubiera tenido lugar la Reforma del Siglo XVI, no existiríamos. No hubiéramos conocido otra iglesia que la de Roma y la Ortodoxa, pues lo más probable es que la escisión (ruptura) de la Iglesia de Inglaterra se hubiera producido; Enrique VIII no se hubiera atrevido jamás a romper con Roma si no hubiera existido el precedente de la Reforma en Centroeuropa. Lo más seguro es que ninguno de los grupos cristianos evangélicos actuales existiría. Todos los grupos y denominaciones evangélicas actuales, sin excepción, son de una u otra forma, quieran o no, lo admitan o no, histórica y doctrinalmente, hijas de la Reforma y derivaciones de su base doctrinal. No hay ni una sola iglesia, ni una sola denominación, que pueda decir que ha nacido por generación espontánea, que entronca directamente con los apóstoles y que no tiene nada que ver con la Reforma y con la historia de la Iglesia.


Pensar que la actividad de Dios se paralizó en el primer siglo y que justo recomienza ahora con nosotros, con nuestro grupo, con nuestra denominación, no tan solo carece de fundamento histórico científico y de todo sentido común, sino que además, y lo digo con todo el respeto, pienso que es un acto de presunción.

En segundo lugar, porque es esencial para el progreso de la Iglesia en el futuro, pues es el punto de partida para avanzar hacia la unidad y la colaboración entre las denominaciones cristianas, algo imprescindible para el testimonio del Evangelio ante el mundo.

En la medida en que vayamos redescubriendo nuestra identidad histórica común en la Reforma, irán cayendo los recelos y las barreras que todavía subsisten entre nosotros. Nuestro origen común en la Reforma del siglo XVI ha de servir para fomentar la unidad y la cooperación entre las distintas denominaciones y grupos cristianos. Evitando las situaciones de mutua descalificación y de guerra psicológica entre ministerios cristianos, algo que, desgraciadamente, se da con frecuencia.

Hoy en día, el hombre de la calle, por lo menos en España, y me imagino que lo mismo sucede en Latinoamérica, no distingue entre bautistas y pentecostales, no conoce ni entiende las diferencias entre la iglesia “Jesús Vive”, la iglesia “Jesús, Llama”, la iglesia “Jesús Salva” y la iglesia “Jesús Viene”. Eso son cositas nuestras. Y mucho del lenguaje que utilizamos y los nombres tan hermosos y queridos que damos a nuestras iglesias y organizaciones: El-Shaddai, o Eben-Ezer, al hombre de la calle le suenan a esotérico, y no le dicen nada.

En el mundo hispano, para el hombre de la calle solo existen católicos, protestantes y sectas. Y si en la proclamación de nuestro mensaje evangélico queremos diferenciarnos de la amalgama (mezcla) de sectas extrañas que proliferan llamando a las puertas y ofertando su producto, si queremos que se nos reconozca no como una secta, sino como una fe histórica, digna de crédito, hemos de desenterrar nuestras raíces históricas comunes, que parten de la Reforma, recordarlas, estudiarlas, conocerlas y apoyarnos en ellas, estableciendo nuestra identidad común y recuperando el principio unidad en la diversidad. Haciendo un frente común y buscando la mutua colaboración entre todas las iglesias y grupos cristianos a la hora de anunciar el evangelio. Conscientes que todos procedemos de un mismo denominador común.



Preguntas realizadas a Eliseo Vila, quien gentilmente se sumó con sus comentarios a la ExpoReforma realizada en la Iglesia Evangélica del Todopoderoso el año 2009.

Eliseo Vila es Presidente de la Editorial CLIE, escritor y periodista cristiano, conferenciante internacional, teólogo y economista.

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